Sudario : Un amor evanescente: Elegía al rostro de Dios

Este capítulo pretende ser una humilde reflexión personal acerca del Misterio que contiene el Sudario de Turín y el Pañolón de Oviedo.

Me pregunto si es posible, contemplando la impronta del Sudario de Turín, arrancar la pátina de la emoción humana, firmemente unida a la razón. Me cuestiono si es posible no estremecerse ante el dramatismo que representa y contiene tanto dolor y sufrimiento. Me pregunto si el engaño y la falsificación, la falacia, la mentira, es capaz de interpelarnos y conmovernos. Me pregunto si acaso lo espurio es lo que mueve hacia la indiferencia. A la indiferencia del sufrimiento de un Dios que tuvo que morir en la cruz para recordarnos la necesidad de amar y comprender al semejante, al otro, a uno mismo.

Y también, tras la contemplación de la imagen del Amor Infinito, cuya evanescencia pudo traspasar los márgenes de un lienzo para preguntarnos de nuevo: Y tú, ¿quién crees que soy?, surge ineludiblemente otra reflexión: ¿Es acaso el sufrimiento en el mundo, el terrible drama del hambre, del inmigrante que, huyendo del horror de la guerra, la miseria y la muerte, se enfrenta a nuestra mirada indiferente, a la violencia, a la expulsión inhumana, una prueba más de la existencia de Dios? ¿Es posible que Jesús, quien nos pregunta desde el mismo Sudario, sea el pobre, el que agoniza por hambre y sed, el que muere en nuestras fronteras, o en su interior? ¿Es posible que nuestra insolidaridad, nuestra indiferencia, nuestra burla, nuestro ego, pueda conducir a la muerte a tantas personas? ¿Cuál es nuestra actitud ante el sufrimiento en el Mundo?

Y es que, no en vano, también fue Jesús de Nazaret quien nos dijera que le buscáramos en el que sufre, en el pobre, en el que es humillado. ¿No es acaso el sufrimiento del hombre y la mujer la extensión de su Rostro herido y humillado? ¿No sigue Jesús de Nazaret siendo azotado por el flagrum a manos de otros hombres y mujeres modernos? ¿Quién sostiene el látigo, quién la lanza, quién escupe al rostro mismo de Dios hecho hombre, quién crucifica una y otra vez al Mesías? ¿Cuántos Poncios Pilatos existieron y existirán en la Historia?

La postura actual predominante ante el sufrimiento humano es la indiferencia, la insolidaridad. Por egoísmo, porque no queremos empatizar, porque el sufrimiento del otro nos hace, en el fondo, sufrir. Y así, elegimos mirar a otro lado y lavar nuestras manos y conciencia. «Ojos que no ven, corazón que no siente».

Sin embargo, la mirada cristiana debe atravesar el velo del prejuicio y ser capaz de encontrar en el que sufre y muere el rostro mismo vivo y agonizante de Jesús de Nazaret.

¿Es la mirada de los que nos llamamos cristianos, realmente cristiana? ¿O sólo somos miembros de un gigantesco club de lectores? Sin sentimientos cristianos, sin identidad, desalmados.

Todas estas cuestiones, suscitadas ante el retrato sufriente y sangrante representado en el Sudario de Turín, me mueven a reflexionar si es Jesús de Nazaret el mismo Jesús de Siria, Jesús de Nigeria, Jesús de la India, Jesús de Grecia, Jesús de Venezuela, Jesús de España, Jesús de tantos y tantos lugares donde habita el sufrimiento, no gratuito, no fortuito. Un sufrimiento que es provocado deliberadamente, producto de la voluntad misma del hombre.

Y me pregunto, consternado y emocionado, hacia dónde miramos los cristianos en el mundo actual, donde el dolor y el sufrimiento no es obra de un artista medieval, donde tantos hombres, mujeres, niños, ancianos, jóvenes... viven y mueren atormentados mientras un puñado de afortunados privilegiados dicen ser incluso ¡Cristianos!

Me pregunto si la palabra «cristiano» no debería ser más exigente, intolerante con la injusticia, más comprometida, más solidaria, más significativa.

Y la conclusión de todo esto, perdonen la emoción contenida, es un grito de dolor ante el dolor del ser humano. Un grito que desgarra, que desnuda, que avergüenza. Pero también, un grito que interpela, que mueve, que motiva, que alienta, que esperanza, que une ante la necesidad de mirar y construir otro mundo posible. Donde el hombre, relegado a ser moneda de cambio al servicio de la economía, sea devuelto al lugar que le corresponde. Donde el cristiano pueda llamarse cristiano. Donde Jesús de Nazaret, de España, de Nigeria, de Burundi, no tenga que volver a padecer injustamente la Pasión de un mundo violado por el hombre y condenado a parir desigualdades.

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